¡¡¡Hola Belug@s!!!. Belfast es una ciudad que se reinventa constantemente. De su pasado industrial a su presente creativo, ha sabido encontrar en sus calles un equilibrio entre memoria y modernidad. Entre murales, mercados y música en cada esquina, hay un hilo conductor que nunca ha desaparecido: el pub.
Y entre todos, dos nombres destacan por encima de los demás: White’s Tavern y McHugh’s Bar & Restaurant, testigos vivos de la historia de la ciudad, donde el pasado y el presente se encuentran alrededor de una buena pinta de Guinness.
White’s Tavern: la taberna más antigua de Belfast
Con licencia desde 1630, White’s Tavern se proclama con orgullo como la taberna más antigua de Belfast. Ubicada en Winecellar Entry, un estrecho callejón del centro histórico, su fachada blanca y discreta esconde un lugar vibrante que mezcla siglos de historia con la energía del presente.
Los orígenes del local nos hablan de un almacén de vinos y licores, que más tarde derivó en el famoso negocio de ostras conocido como The Oyster Rooms. Por sus paredes pasaron comerciantes, marineros y ciudadanos comunes que buscaban un lugar de refugio en pleno auge portuario.
En 2019, tras una restauración a cargo del grupo Clover, White’s amplió su propuesta sin perder autenticidad. Hoy se compone de varios espacios:
– la taberna principal, con su barra de madera oscura y un ambiente íntimo donde cada semana resuena la música tradicional irlandesa.
– el Beer Hall, un salón amplio ideal para grandes encuentros, partidos en pantalla gigante y conciertos.
– white’s Garden, un jardín cubierto con techo retráctil, perfecto para tardes soleadas y noches de cocktails.
– y white’s Store, el primer bar de Irlanda dedicado en exclusiva a Guinness, un homenaje a la bebida más icónica del país.
Este mosaico de ambientes convierte a White’s en un lugar para todos: desde turistas que buscan la foto en “el pub más antiguo”, hasta locales que cada lunes se sientan a escuchar un trad session con su pinta en mano.
McHugh’s Bar: tradición y carácter en Queen’s Square
Si White’s presume de antigüedad en su licencia, McHugh’s Bar & Restaurant hace lo propio con su edificio histórico de 1711, uno de los más antiguos que aún se mantienen en pie en Belfast.
Situado frente a Queen’s Square, es un referente arquitectónico y cultural protegido.
Originalmente fue una vivienda privada, para transformarse en pub a principios del siglo XVIII y, pese a reformas posteriores, conservar intactos elementos originales: vigas de roble, chimeneas de época y una escalera que parece sacada de otro tiempo.
El pub ha sabido diversificar su oferta con:
– el restaurante, que sirve clásicos irlandeses como Irish stew, cottage pie y seafood chowder, combinados con propuestas más contemporáneas.
– el bar principal, donde fluye la conversación entre turistas curiosos y locales de siempre.
– y el sótano, que cada fin de semana vibra con música en vivo y DJ’s, mostrando la faceta más animada y moderna del local.
McHugh’s no es solo un pub, es un símbolo de la ciudad. Ha sobrevivido a siglos de cambios sociales y políticos, resistiendo con la misma esencia que lo vio nacer. Quizá por eso se ha convertido en lugar de peregrinación tanto para visitantes como para quienes buscan un rincón con identidad propia.
Aunque distintos en personalidad, White’s Tavern y McHugh’s comparten un mismo espíritu: ser guardianes de la memoria de Belfast. White’s representa la energía expansiva de una ciudad que crece y se reinventa, con espacios modernos que atraen a públicos diversos. McHugh’s, en cambio, encarna la intimidad y la autenticidad de lo tradicional, con su arquitectura centenaria como protagonista.
Visitar ambos es vivir un recorrido doble: uno nos invita a celebrar el presente con la música, la Guinness y el bullicio; el otro nos recuerda, entre paredes de ladrillo y escaleras gastadas, que Belfast es una ciudad hecha de historias superpuestas.
Al final, tanto White’s como McHugh’s son más que pubs, son museos vivos de la ciudad, lugares donde se bebe historia y se brinda por el futuro. Sentarse en sus mesas, pedir una pinta y dejarse llevar por la conversación es una de las experiencias más auténticas que un viajero puede llevarse de la capital norirlandesa.